“Qué miedo”, piensa Miguel según se adentra más y más en la masa densa y negra en que de pronto se ha convertido el mundo. Nunca ha pisado esa zona de El Lugar, y empieza a entender por qué. “¿A quién se le ocurre venir hasta aquí a estas horas?” Solo a Nico, claro.
    El trayecto discurre por la sinuosa carretera oscura. Al chico le ha costado llegar hasta ella, porque es una vía casi clandestina, que carece de señales e iluminación en la mayoría de sus tramos. Las luces que el coche escupe frente a sí provocan en los árboles sombras impensables de día, concediendo a todo un halo misterioso, como de investigación detectivesca. A ratos, la carretera oscura deja de serlo gracias a alguna farola, que guía el trayecto de los conejos silvestres que la transitan. Miguel añade a su lista de temores el de atropellar un conejito. Para calmar los nervios, el chico enciende la radio.
    “¿Cómo puede Nico ponerse tan infantil con asuntos de la universidad, como hace unos días cuando salimos a pasear, y luego no tener miedo de estar a la intemperie a estas horas?”, piensa. “¡Y para quedar con un vampiro, ni más ni menos! En qué estará pensando…”
    El móvil de Miguel se ilumina en el asiento del copiloto, revelando el siguiente mensaje de Nico:
    “Estás viniendo???”
    ¿Qué puede significar? Podría ser tanto bueno como malo. Podría ser tanto “Ha ido genial, ¿estás viniendo ya para que te lo cuente todo???” como “¿Estás viniendo??? ¡El vampiro me quiere comer, apura!!!” Miguel acelera.
    Nico le espera detrás de una curva con un espejo envuelto en una sábana bajo el brazo, y extendiendo el otro como un autoestopista. “¡Por fin!”, piensan ambos. Al subir al coche, se dan un beso a modo de saludo.
    —¿Cómo ha ido? —pregunta Miguel mientras enciende la luz del interior.
    —Ha estado bien. Era un chico muy agradable y muy bien vestido.
    —¿Un chico? Pensaba que sería un hombre muy viejo
—se extraña Miguel.
    —Y lo es. Lo que pasa es que se

convirtió en vampiro a nuestra edad, por eso parece tan joven. Hemos charlado un rato, ¡nunca había conocido a un vampiro! Me ha contado una de cosas… Y el espejo es de buena calidad, parece muy antiguo. Es una pena que él no lo pueda usar…
    —Genial —exclama aliviado Miguel, mientras vuelve a arrancar y emprende la marcha hacia Casa de Nico. —Podemos ponerlo en tu habitación. Me alegro de que el vampiro fuese de los buenos, ahora vámonos de aquí antes de que baje de las montañas algún otro ser antropófago y resulte no ser tan amable como este.
    La carretera oscura es de sentido doble.