Si uno mira al este de El Lugar, poco importa desde dónde, verá en el
horizonte una construcción de ladrillo de diez metros de altitud. Por sus
paredes discurren varias grietas que la hacen parecer un puzzle, y en
algunas zonas el techo ha caído desplomado, pasando a formar parte
del suelo. En tiempos de su edificación, a finales del siglo dieciséis,
fue un espacio sagrado; destino de peregrinaciones y altar de ofrendas.
Pero ahora es solo un amasijo de materiales que se sostienen con más
o menos equilibrio. Era de estilo barroco, con planta de cruz latina,
antiguamente decorada con imágenes de santos y ángeles dorados.
Ha caído como todo lo sagrado, con lentitud, como si se hundiera poco
a poco en arenas movedizas. Pero no es de arena el camino que conduce
a ella, sino de gravilla, y no es cierto que todo lo sagrado deje de serlo.

El druida


La iglesia está en mitad del campo, a las afueras de El Lugar, donde ya
apenas quedan un par de casas solitarias donde viven algunos agricultores.
Los pocos adolescentes que aún rondan los alrededores se suelen acercar
para asuntos mundanos como pintar grafitis en las paredes, pasar allí la tarde
escuchando música o hacer guarradas. Pero en el templo ocurren a veces
otras actividades especiales. El druida que habita el Bosque del Sur acostumbra
a viajar a las ruinas cuando presiente que va a tener lugar un eclipse. Lo que
sobre todo le interesa de la Iglesia es la ausencia de techo, que por las noches
permite enmarcar las constelaciones más interesantes, y la facilidad con que
las velas y el incienso se dejan clavar entre los escombros.

El druida, que es muy anciano, conoce miles de magias y adora practicarlas.
Pero también le gusta visitar El Lugar disfrazado de paisano. Una de sus
habilidades es adoptar el aspecto que desee… Es por ello que en esta ciudad
uno nunca puede estar del todo seguro acerca de con quién está hablando.
Otro motivo por el que el druida no es muy querido aquí.

Bodas clandestinas


Algunos domingos, la iglesia alberga bodas clandestinas de amantes que no
pueden serlo. Los campesinos suelen ayudar a los jóvenes en su propósito de casarse,
y no es raro ver los fines de semana a varias parejas esperando aparcados al lado
de las ruinas. El rito es rápido y práctico. Los coches a menudo son los de sus padres,
y las alianzas son objetos encontrados, no siempre anillos.