Las conductoras siamesas

En el edificio donde vive Miguel, la azotea es compartida. La mayoría de los vecinos suben allí a
tender la ropa, y en el proceso algunos se han hecho amigos. Miguel, que es el más joven de todos,
es también el más tímido, pero con los años ha conseguido traspasar ciertas barreras. Lo que más
le gusta es escuchar a las ancianas del primero. Se trata de dos hermanas siamesas centenarias,
que a pesar de lo que cualquiera pudiese pensar se arreglan sin ayuda externa, y gozan de una
salud de hierro. Las hermanas han vivido una vida plena y, aunque ahora están retiradas y
disfrutan de su jubilación desde hace décadas, durante toda su vida laboral han desempeñado
la tarea de ser conductoras de la línea 8 de autobuses de El Lugar. Subir a aquel autobús era como
una atracción de feria. Mientras una de las dos miraba a la carretera, la otra se dedicaba a contar a
los pasajeros anécdotas sobre las diferentes áreas que atravesaban. Montarse en el L8 era la mejor
forma de mostrar la ciudad a extranjeros y turistas, y a menudo se formaban colas a las siete de la
mañana en la estación de autobuses para conseguir un hueco en el primer trayecto del día, cuando
las conductoras estaban más frescas.

Ojitos tristes

El otro vecino a quien Miguel conoce bien se llama Ojitos Tristes, y vive en el piso más alto, el más cercano a la azotea. Se trata de un joven músico atormentado, que algunas mañanas toca el piano y canta lastimeras baladas con las ventanas abiertas de par en par, de tal forma que todo el vecindario se entera de sus penas y desgracias.
Ojitos, que es muy tímido, no suele subir a la azotea ni siquiera para tender la ropa. Miguel y él solo han hablado en una ocasión, al cruzarse en el ascensor una tarde del invierno pasado. Lo suficiente para ponerle cara y entender el por qué de su nombre. ¡Qué lástima daba!