El fenómeno

Una vez al año, todas las especies que pueblan El Lugar toman parte
del mismo curioso fenómeno. Todas las especies menos la humana,
que solo lo observa y padece. Se produce, de forma tácita e
imprevista, un intercambio entre las que habitan El Norte y las que
habitan El Sur. Esto es; todas las aves, reptiles, anfibios, grandes y
pequeños mamíferos y también invertebrados, insectos, bacterias y
virus —y muchos otros cuyos nombres no nos son familiares pero que
sin duda las buenas gentes que allí habitan conocen— vuelan, reptan,
se deslizan y por supuesto caminan o galopan o corren (o se lanzan)
en la dirección que toque en cada momento. Los peces, y en general
los animales acuáticos, se sirven del río para ello, tarea que es siempre
más sencilla cuando la migración sigue la corriente, pero no imposible
—solo más laboriosa— cuando no la sigue. La vegetación, toda,
también efectúa el cambio a otra escala: las esporas de algunas
plantas vuelan a gran altura para unirse a la caravana, y las abejas del
Norte y del Sur ayudan a polinizar el área que corresponde. Los
roedores que viven en los árboles llevan consigo sus frutos para
plantarlos allí donde conviene, así como semillas e injertos.

El druida

Un druida vive en el bosque del Sur. El hombre no tiene edad; se dice
que siempre ha existido, y que es uno de los primeros habitantes de El
Lugar. A sus poderes se achacan algunos de los fenómenos
paranormales que ocurren de tanto en cuando, y es este el motivo de su
completa discreción, pues aunque hay personas que disfrutan en gran
medida de estos fenómenos mágicos, hay muchas otras que los
padecen como una enfermedad, como una maldición.

El cambio no tiene ni mucho menos una fecha fija, es
por ello que no podemos decir que las especies
permanezcan un año exacto en cada localización. El
año pasado, por ejemplo, una de estas mudanzas se
dio en marzo, a punto de dar comienzo la primavera,
cuando la del año anterior había tenido lugar en
diciembre, en los últimos días del otoño. Es decir, que
ese año el intercambio duró solamente tres meses. Este
hecho no ha de pasarse por alto puesto que, al
contrario de lo que quizá uno pueda imaginar al oír
hablar del fenómeno, este es en realidad un proceso
lento, itinerante y confuso para el espectador humano, y
nunca es sencillo determinar cuándo ha dado comienzo
y cuándo ha terminado, del mismo modo que no es
claro que en algún punto las especies se asienten del
todo. Tres meses de intercambio, entonces, no son un
periodo desestimable; son todo un mareo, y para
cuando empieza el siguiente turno, uno aún no ha
podido encariñarse con la fauna y la flora del momento.